¿Por qué estos
días hay bastantes directivos al borde del burn
out o al menos del stress excesivo?
Las fiestas de fin de curso, las graduaciones y despedidas, y finalmente el
afán de cerrar el año “como a mí me gusta, que todo salga perfecto”, pueden
resultar una presión inaguantable.
Las instituciones
educativas son organizaciones muy complejas, porque reúnen a cientos o miles de
personas en interacciones personales intensas. Si el directivo pretende que
todo resulte como a él le parece, se
convierte en un dictador perfeccionista insoportable. Estas instituciones no
son empresas individuales, son comunidades de aprendizaje que requieren de la
participación de muchos, que las tienen que sentir como propias. Cada miembro
debería poder aportar su iniciativa y responsabilidad. El papel clave del
directivo es dirigir, no hacer todo. Tiene que dar las reglas con claridad,
para que cada persona se pueda mover a gusto, sabiendo cuándo tiene que dar
cuenta, consultar o preguntar. Por supuesto que todos nos podemos equivocar, y
nos deben señalar el error pero sin humillar, con buenos modos, a solas.
El directivo
escolar obsesivo, por quien tiene que pasar toda decisión grande o pequeña, no
solo termina quemado él , sino que agota a sus colaboradores.