Este mes de enero estuve en La Cumbre,
Córdoba, en la casa de un viejo amigo, Guillermo San Román, a quien no veía
desde hacía años. Me contó que un día de mayo, a primera hora de la mañana, Guillermo salió
con Lunchi, su mujer, del pueblo francés Saint Jean Pied de Port,
con rumbo a Santiago de Compostela. Al atardecer del 10° día Lunchi se sentó a
la vera del camino y dijo que no iba a seguir, que no podía caminar más.
“Estuvimos un buen rato así, dejando correr los minutos de una situación límite
que amenazaba con sumergir todos nuestros planes bajo un manto de frustración.
Sus sollozos me dejaban sin palabras, sin razones”. Hasta que Lunchi dijo -Vamos! y retomó el camino. En 30 días completaron a pie los 900 km
del Camino de Santiago, como desde la Edad Media hacen cada año numerosos
caminantes.
Guillermo cuenta que emprendieron este
Camino con curiosidad deportiva y pronto se convirtió en una alegre exploración
interior, en un proceso de autoconocimiento, que hizo cada uno por su cuenta y
ambos en conjunto. Un viaje en el que se encendió también su fe cristiana. Todo
esto lo relata de un modo sencillo y atrapante, en un libro que se llama El
Camino de Santiago, Diario de una peregrinación (Ciudad de Lectores, Buenos
Aires, 2006).
Bien. Les he contado una historia que me encantó, siguiendo los consejos recogidos en el post anterior: traté de dar unos
datos, ponerlos en contexto y enriquecerlos con emoción. A ver si los colegas del blog
me mandan sus narraciones y seguimos
todos aprendiendo el arte de narrar.
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